Escapismo


Flecos
23 octubre 2010, 8:31 pm
Filed under: Ficción

Ella baja del avión, se agarra a la barandilla por temor a caerse con los tacones que se ha puesto. Respira hondo, no había vuelto a Londres en todos estos años, siete. Los que lleva sin verle. Ahora, él la espera. Irán a cenar, y luego quién sabe. Cuando llega a la puerta de salida no le ve. Sale a la calle y espera durante tres cuartos de hora pero él no aparece. No puede llamarle. Está casado y tiene dos hijos. Coge un taxi hacia el hotel, hace sol pero también hay nubes espesas que lo tapan a ratos. Pasa por una plaza, cerca del río, allí está el restaurante barato donde cenaban los dos una vez al mes. Ella, en el taxi, va reconociendo sitios. Pasa por un parquecillo, muy cerca de allí se despidieron, después de cuatro años. Ella volvió a Madrid, él era inglés y no quiso seguirla. Cada cual cogió su camino y la red social les volvió a encontrar. Ella tiene una bola en la garganta. Ha venido veinticuatro horas a pasar página o a empezar un libro nuevo. No lo sabe bien. Llevan un año mandándose emails y mensajes. Cada vez más cariñosos, más cercanos. Él dice que no es feliz y que siempre se arrepintió de haberla perdido.
En el hotel se ducha, se pone un pantalón y deportivas. Está desinflada. O más bien triste. Suena el teléfono, él está avergonzado, se disculpa y le promete que irá a desayunar con ella. Quedan a las diez de la mañana en el bar del hotel. Le perdona. Pide algo para cenar. Ella ha vuelto a inflarse pero no del todo. Intenta leer, y duerme mal.
Se levanta temprano, se echa una mascarilla, se exfolia e hidrata. Baja a la cafetería y pide un café con leche, no puede comer nada. Él llega veinte minutos tarde, vuelve a disculparse. Se dan dos besos y se abrazan con cariño. Los nervios ceden. Están una hora hablando, del pasado y del presente, pero de forma trivial. Él le tiene cogida la mano, ella ha corrido la silla para estar a su lado. Sus caras se van acercando con el vaivén de las risas, se dan en los hombros como sin querer y él, con un gesto delicado, le mete el pelo detrás de la oreja, y le toca el lóbulo, como hacía siempre. Se besan. Es un beso largo, casi doloroso. Ella propone ir a la habitación y él asiente. Van de la mano, se clavan las uñas de lo fuerte que aprietan. Se suben en el ascensor, que baja en vez de subir, se ríen, se hacen arrumacos. En la planta sótano suben un matrimonio y un niño. Él deja de reírse en cuanto entran. El niño, de unos ocho años no les quita ojo. Él se da cuenta y le suelta la mano casi con brusquedad. Mira hacia el suelo y se muerde el interior del labio todo el tiempo. Antes nunca hacía eso.
Entran en el cuarto, ella le coge las manos y lo atrae hacia sí. Vuelven a besarse con intención, pero algo ha mutado entre ellos. Es un beso frío, sin sabor. Insisten un poco pero la pasión se ha evaporado. Se separan y ella le mira interrogante. Él, con cara de culpa, le dice que echa de menos a sus niños y que tiene que irse. Ni le da un beso, ni mira atrás, solo dice que llamará después. Ella piensa que no lo hará. Se sienta en el sillón como un globo pinchado. Su avión sale a las ocho de la tarde así que sale a la calle. El paseo por Londres hace que los recuerdos se amontonen, no puede dejar de pensar en él, siente pena, resentimiento también. Cuantas más calles recorre más sola se siente. No quiere llamar a nadie porque se echaría a llorar. Se ha propuesto no hacerlo.

Son las ocho, el avión está despegando y él no ha llamado ni siquiera para despedirse. A pesar de que estaba segura de que no lo iba a hacer, en ese momento le odia. Es un imbécil.
Cuando dan el aviso de aterrizaje, ve desde la ventanilla las luces de Madrid y, de repente, Londres queda lejos, él más. Ya sabe a qué ha ido. Baja las escaleras del avión, sus ojos lagrimean. Siente que se ha quitado una decisión de encima.