Escapismo


¿El bienestar?
15 enero 2011, 1:06 pm
Filed under: Ficción

Sudan todavía aunque hace minutos que terminaron. Él está apoyado en el cabecero de la cama. Mira a la mujer desnuda que tiene al lado, le coge la mano, guardan silencio. Al rato, le dice lo a gusto que está con ella. Añade que él nunca le dice algo así a su mujer. Ni le coge la mano después del sexo, las pocas veces que lo hacen. Su mujer nunca le desea, solo cuando él se lo pide, se deja tocar y se abre de piernas. Tampoco se la chupa. Ni siquiera le gusta que la abrace o que la bese.
Ella le mira mientras dice todo esto, su mandíbula, su boca, su nariz, todo grande, le gusta este hombre. Es la tercera vez que se lo lleva a la cama. Le pasa las uñas por el pecho, le acaricia los pezones. Él se encoge de gusto pero sigue hablando. No puede salir con sus amigos porque su mujer se enfada. Ahora él ya no tiene amigos. Su querida esposa le reprocha lo que fuma, o que beba. Le lleva todos los domingos a comer con la suegra, las vacaciones también con ella, eligen el sitio entre las dos sin consultarle siquiera. Nunca salen juntos y solos a ningún sitio. La realidad es que su mujer y él ya no se soportan.
La mujer que tiene a su lado, le escucha y, mientras coge sus testículos suavemente, como calibrándolos, le pregunta por qué soporta todo eso. Qué gana a cambio. Él, le acaricia el brazo distraído en su discurso, y continúa. Tiene una vida muy cómoda. Su mujer se ocupa de todo, lava, plancha y ordena la ropa. Le lleva los trajes al tinte. Cuando se levanta por la mañana ella ya le ha preparado el café y la tostada con mermelada de fresa, como le gusta. Al final del día tiene la cena en el plato. Su casa huele bien y sus hijos están atendidos. Su leal esposa lleva los asuntos del banco, del colegio y actividades de los niños. Y además, le deja ir al fútbol, eso sí, y diciendo esto se inclina para besarla. Ella abre la boca y le atrapa la lengua, le coge de la nuca, se nota húmeda pero él con un ademán suave la aparta y sigue con su perorata. Lo tiene claro. Si se divorciara su mujer se quedaría con el piso, con sus hijos a los que apenas vería. Se quedaría solo. Tendría que cocinar, hacer la compra, pagar sus facturas, todo eso aparte de trabajar para que su sueldo, casi entero, se lo llevara la manutención de una familia de la que él ya no formaría parte.
Ella mira el reloj, sabe que en poco tiempo se irá así que mete la mano entre las piernas de él y le frota suavemente. Él ignora este gesto, se tumba y la abraza muy fuerte. Ella, sabiendo que es la despedida, ya no intenta nada, se deja besar en la cara, en el cuello, en los hombros. Se dan un último beso, más intenso, en la boca. Él se levanta y va al cuarto de baño. Nunca se ducha por si su mujer le huele a gel ajeno, se lava por partes. Una vez vestido, se asoma al dormitorio y con la mano en la oreja le dice que la llamará. Y lanza un beso.
Ella no se levanta a despedirle. Se incorpora y levanta la mano.
Cuando oye la puerta al cerrarse se estira debajo de las sábanas. Se siente bien, solo queda un pequeño poso incómodo. Alarga una mano, abre el cajón de la mesilla y saca un vibrador de látex, azul celeste.