Filed under: Ficción
Estaba sentado en la mesa de la cocina ordenando mi colección de monedas mientras Mari, una amable vecina de generosas carnes, me hace la comida. Las muletas, siempre a mi lado, descansan apoyadas en la silla. Desde que me quedé casi paralítico, mis piernas son más pedazos de carne que extremidades útiles para andar, vivir cuesta más esfuerzo aunque he ganado cosas a cambio. El cómo llegué a esta situación me pareció de lo más natural, y diría casi previsible.
Cuando me mudé a este edificio, hace ya diez años, una mañana al salir de mi apartamento, le vi esperando el ascensor. Era un hombre deforme, de mediana edad y el pelo escaso. Con la espalda ancha y los brazos fuertes, se apoyaba, daba la impresión que con esfuerzo, sobre dos muletas que en realidad le servían, por lo que pude comprobar después, como piernas, ya que éstas las arrastraba a medida que avanzaba. Le di los buenos días y esperé junto a él. No hice el esfuerzo de hablar. Él tampoco dijo nada. Llegó el ascensor y le abrí amable la puerta, me hizo un movimiento de cabeza y una medio sonrisa. Le observé de reojo, sus cejas gruesas le daban un aspecto gruñón, antipático. Y los callos que tenía en las manos indicaban lo difícil que debía ser vivir así. Le volví a abrir la puerta, y la del portal, pero ya no me hizo ningún gesto, ni siquiera me miró, dando por hecho que su minusvalía era suficiente razón para no dar las gracias. Esta actitud suya no me gustó y pensé en ello varias veces durante la tarde.
A lo largo de los meses, me lo encontré en muchas ocasiones, siempre solo pero recibiendo atenciones y favores, en la panadería, sentado en la plaza, pero sobre todo el vecindario, le bajaban la basura y una mujer subía a cocinarle. Continuamente contaba, como una plañidera, sus dolores y su tristeza. Se hacía la víctima. En este mundo los normales son los que salimos perdiendo. Evitaba saludarle, incluso una vez le oí en el rellano y esperé a que cogiera el ascensor para no tener que ayudarle. La señora que viene a limpiar se empeñó en contarme detalles de su vida, el accidente que le dejó viudo y en esas condiciones físicas, que coleccionaba sellos y que no tenía familia. Ni siquiera esto consiguió conmoverme, yo tampoco tenía a nadie para compartir mis problemas, aunque sí pensé en su mala suerte.
Una noche que llegué muy tarde a casa, no había luz en la escalera, ni ascensor, subí andando y justo antes de llegar a mi rellano vi una raya de luz, al principio me asusté pensando en ladrones, hasta que me di cuenta que era el piso del vecino. Me quedé quieto unos momentos y le vi salir, me quedé sin aliento, no llevaba muletas y aunque cojeaba un poco, caminaba perfectamente. No me moví del sitio y entonces él me miró, avancé hacia mi puerta y él con sus ojos fijos en mí, me sorprendió su dureza, dijo buenas noches y entró en su casa.
Estuve desconcertado hasta que conseguí dormirme. Era un caradura, así de simple. Me resultaba indignante cómo había engañado a todo el mundo. Pensé en la manera de descubrirle, de dejarle en evidencia. Se me ocurrían cosas tontas, como poner un cartel en el portal, o decirlo por los telefonillos. Pero nadie me creería, yo era el vecino nuevo e insociable que no iba a las juntas de vecinos. No me había ganado credibilidad, en cambio el hombre tullido, tan desvalido él, tenía todas las de ganar. Opté por no decir nada y seguir con mi vida. Pero cada vez que me lo encontraba, con su andar desfigurado, me subía cierta rabia por el esófago. Evitaba su mirada. Al poco tiempo la misma señora de la limpieza me dijo que se había mudado a una residencia. No me lo creí y además me sentí responsable de su marcha.
No le he vuelto a ver pero me he acordado de él, y todavía lo hago, cada vez que me han sangrado las manos por el roce de las muletas, cuando he sufrido al arrastrar las piernas como si las tuvieras muertas, apoyando lo justo para poder caminar, y cuando me miro al espejo y veo los músculos de mis brazos desarrollados, y mi espalda demasiado ancha para mi cintura, dándome un aspecto raro, incluso deforme.
A los vecinos les ha costado muy poco adaptarse al cambio, ahora todos se desviven por mí. Incluso Mari, aparte de hacerme la comida, de vez en cuando me da un achuchón, no sé si también se los daba a él pero cuando lo pienso siento un pellizco de celos.
25 comentarios so far
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He tenido que releer el final 🙂 No podía creerlo…en fin, déjame unos días para sacar conclusiones psicosociológicas de estas actitudes jajaja. Besitos tía!
Comentarios por Ana 2 diciembre 2010 @ 5:56 amHay ciertas actitudes en el ser humano que es mejor no analizar, :-D, las conclusiones que sacarías podrían llegar a ser espeluznantes.
Comentarios por Elena 2 diciembre 2010 @ 11:03 amBesazos.
Me ha gustado este relato, el narrador esta perfecto y la historia es redonda. Nada que cojee. Un hombre que termina haciendo lo que detesta de otro… no es mala idea.
Comentarios por Javier Revolo 2 diciembre 2010 @ 8:18 amBeso
La mente humana es insondable, jeje. En el fondo había cierta envidia, una minusvalía le traía muchas cosas buenas a cambio, es posible que no lo haya reflejado del todo. ¡Gracias otra vez!
Comentarios por Elena 2 diciembre 2010 @ 11:06 amBesos hacia Sidney.
Ademas tendrá más sitios para aparcar 😛
Estoy con Javier, relato redondo !
Comentarios por netsnooper 2 diciembre 2010 @ 11:35 amVes? no hay más que ventajas, con lo que cuesta aparcar, total por unas piernecillas atrofiadas, :-)…
Comentarios por Elena 2 diciembre 2010 @ 12:24 pm¡Gracias netsnooper!
En este mundo los que siempre pierden son los discapacitados. Si para este miserable «ganar» significa obtener la conmiseración de un par de vecinos, pronto será campeón mundial. Disculpen, pero en esta liga yo prefiero descender de categoría. ¡Saludos!
Comentarios por blopas 2 diciembre 2010 @ 2:04 pmEso es tan obvio blopas que me he permitido el lujo de escribir sobre ello desde otro punto de vista, no solo el de la lástima. Supongo que nadie querría ser discapacitado por muchas ventajas que tenga a cambio. Bueno, mi protagonista sí, pero ten en cuenta que no lo es de verdad. Un abrazo!
Comentarios por Elena 2 diciembre 2010 @ 3:35 pmExacto, ¡es lo maravilloso de poder escribir ficciones como se nos plazca! Lo nuestro sí que es ganar 🙂 Saluti, Blopas.
Crear mundos y personas a nuestra medida…es lo mejor. ¡Gracias!
Comentarios por blopas 2 diciembre 2010 @ 3:44 pmLa historia es redonda, contada con pulcritud y que se lee con interés. las palabras justas para contar. Ah los renglones torcidos, que son ejemplo de otros. un abrazo Rub
Comentarios por rubengarcia 2 diciembre 2010 @ 3:15 pmGracias Rubén, por la visita y el comentario. El fondo del ser humano es imprevisible, y los renglones torcidos muchas veces, menos mal que no siempre, salen ganando en esta sociedad injusta y ciega.
Comentarios por Elena 2 diciembre 2010 @ 3:42 pmUn abrazo y hasta pronto.
Estupendo Elena, deja mucho a pensar… Quizás demasiado, como bien dices, la naturaleza del ser humano es algo muy oscuro.
¡Un besazo!
David (El físico loco)
Comentarios por Iluyanka 3 diciembre 2010 @ 1:01 amHeeey David, sí, soy de las que opino que, salvo excepciones, la naturaleza del ser humano no es del todo buena así que evito pensar demasiado, me limito a escribir sobre ello. :-).
Comentarios por Elena 3 diciembre 2010 @ 9:06 amGracias y besazos.
Muy buen relato… con el peor final, porque esa forma de perder la dignidad me parece el peor de los finales… no literariamente, que está contado de un forma espléndida, sino que me parece una tragedia
Comentarios por Miguel Baquero 3 diciembre 2010 @ 12:59 pmY lo es. Lo que pueden llegar a hacer las personas para recibir atenciones y encontrar la compasión de los demás, una verdadera lástima. ¡Gracias Miguel!
Comentarios por Elena 3 diciembre 2010 @ 2:24 pmMe ha encantado. Es un relato súper molesto. Creo que ahonda en la miseria humana, en el tema de la sombra, que me encanta. Yo, el otro día, dije que odiaba profundamente a la gente que fumaba andando por la calle y, desde entonces, ya me he pillado a mí misma como seis veces fumando: en la calle, y andando. Toma ya. Espero no acabar haciéndome la paralítica, eso sí. Y hay algo más en el relato que molesta y todavía no he identificado, y eso está genial. Felicidades neni, menos mal que no estás inspirada, que sino.
Comentarios por Fátima 4 diciembre 2010 @ 11:39 amGracias Fa, casos como el que cuentas, :-D, ocurren, y si miráramos hacia dentro de nosotros encontraríamos todavía más miserias, que no nos atrevemos ni a indagar. ¡A mi también me encanta este tema! Muas.
Comentarios por Elena 4 diciembre 2010 @ 5:55 pmTriste relato sobre miserias humanas. Menos mal q solo queda día y medio para el fin de semana.
Comentarios por ángel 9 diciembre 2010 @ 10:58 amQ lo pases bien. Besos.
Sí, las miserias humanas siempre resultan tristes por eso nadie quiere hablar de las suyas. Pásalo bien tú también, y eso que aunque uno se divierta las miserias ahí siguen. Besazos.
Comentarios por Elena 9 diciembre 2010 @ 12:25 pmestupendo relato, con un final muy certero. felicidades y saludos
Comentarios por minicarver 9 diciembre 2010 @ 8:46 pmGracias José, me salió rodado. Un abrazo.
Comentarios por Elena 10 diciembre 2010 @ 8:51 amMuy interesante, las miserias humanas salen rascando un poquito …
Comentarios por charradetas 12 diciembre 2010 @ 9:21 pmAun no he leido ningun relato tuyo que no me guste (y no soy piropero)
Sí, las miserias nadie las muestra pero afloran cuando menos te lo esperas.
Comentarios por Elena 12 diciembre 2010 @ 11:26 pmGracias por el piropo excepcional, es genial que lo que escribo guste al que lo lee.
Muy buen relato.
Comentarios por ucomin 14 diciembre 2010 @ 2:47 pmVaya unos seres. Pensar que estamos rodeados de parásitos semejantes…. El caso es que no se si me provocan lástima o rabia.
Pues a partes iguales, son dignos de lástima, pero al final los caraduras son los más ganan, y esto da mucha rabia.
Comentarios por Elena 14 diciembre 2010 @ 4:08 pm